Turismo de aventura: crecimiento a la vista y tendencias

 Hasta hace pocos años, el turismo de aventura estaba considerado como un pequeño nicho del sector turístico.

Pero hoy en día se ha convertido en un negocio cada vez más internacional, con una facturación global estimada de 263.000 millones de dólares anuales, según los cálculos de la Adventure Travel Trade Association (ATTA), entidad que representa más de 300 empresas turísticas especializadas de 69 países.

Estas empresas operan en ámbitos muy diferentes, desde las actividades de aventura consideradas extremas hasta otras aptas para todos los públicos.

Y es que el turismo de aventura es una actividad bastante difícil de catalogar pero al mismo tiempo “cada vez más destinos tratan de posicionarse en este segmento porque reconocen su valor ecológico, cultural y económico”, según explica la Organización Mundial del Turismo (OMT).

De hecho, ATTA define como turismo de aventura aquel viaje (con una pernoctación mínima) que incluya al menos dos de los siguientes tres elementos: actividad física, medio natural e inmersión cultural.

Bajo esta definición tan amplia pueden establecerse dos categorías básicas de turismo de aventura: “hard” y “soft” (duro y suave).

Subir al Everest, una experiencia que cuesta 42.000 euros por persona (incluyendo viaje, contratación de sherpas y permisos para escalar) entra claramente en la primera categoría; mientras que apuntarse a una expedición arqueológica, ir de pesca o descender ríos en rafting serían consideradas actividades soft.

Impacto sobre los destinos

Otro dato que llama la atención tiene que ver con el impacto económico. Según apunta la OMT, a partir de informes facilitados por Naciones Unidas, el 65,6% del coste total de un viaje de turismo de aventura se queda en el destino visitado.

En cambio, de acuerdo con las mismas fuentes este porcentaje sólo llegaría al 20% en destinos vacacionales del Caribe especializados en resorts todo incluido, al tratarse de un mercado dominado por compañías extranjeras (turoperadores, hoteles y aerolíneas de capital extranjero) y donde además deben pagarse importaciones de alimentos y otros productos para atender a los viajeros que apenas salen de los hoteles all inclusive.

Por otra parte, el gasto medio de un turista de aventura es de 2.600 euros y los viajes tienen una duración media de ocho días.

Además, el 69% de los viajes internacionales para practicar turismo de aventura tiene su origen en los mercados emisores de Europa, Norteamérica y Sudamérica. El 71% de los viajeros que salen de EEUU organizan el viaje por su cuenta, sin recurrir a agencias de viajes o turoperadores.

El turismo de aventura puede incluir desde actividades extremas hasta otras aptas para todos los públicos. #shu#

Los destinos, cada vez más interesados

Con estas cifras, no resulta extraño que cada vez más países quieran posicionarse en este segmento.

Por ejemplo, antes del año 2007 el 52% de las oficinas nacionales de turismo encuestadas por ATTA consideraban el turismo de aventura como un sector con muy poco interés en su estrategia de política turística. Esta cifra ha caído bruscamente hasta el 8% en la actualidad.

Tendencias

Por otra parte, ATTA ha detectado cuatro tendencias principales entre los turoperadores especializados en este segmento: cada vez se ofertan más actividades “soft”; los viajes se personalizan; aumenta la demanda de grupos multigeneracionales; y hay un mayor interés por vivir experiencias culturales.

Para Shannon Stowell, presidente de ATTA, estas tendencias confirman que el mercado se está ampliando a nuevas capas de la sociedad. Sin embargo, “este rápido crecimiento representa a la vez una oportunidad y un peligro”.

Y es que según apunta Stowell, “debido a que el turismo de aventura tiene sus activos principales en el patrimonio natural y cultural, esta actividad puede ser usada como un modelo para crear, desarrollar y sostener negocios rentables y destinos prósperos, siguiendo los criterios de turismo sostenible”.

Pero al mismo tiempo, añade, existen desafíos como el cambio climático, la degradación medioambiental, la pérdida de hábitats y culturas, la pobreza ligada a estos fenómenos…

“La industria turística puede dar lo mejor de sí para combatir o prevenir estas cuestiones o, por negligencia, puede provocar incluso mayores daños. Hay muchos ejemplos de destinos que se han comoditizado y devaluado, algunos de los cuales nunca se llegarán a recuperar plenamente”.

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